sábado, 27 de julio de 2013

Cambio de casa





Nos trasladamos a la web:


página dedicada a Jaime Riveros Aedo




miércoles, 8 de septiembre de 2010

ESA SED VITAL INELUDIBLE


Se podría partir diciendo: "todo en ti fue pérdida grande, desgracia o desastre." Y, con algún dejo de ironía, como queriendo emular el sarcástico desencanto de un personaje que se nos torna, aparentemente dubitativo en su ironía, agregar, como escueto silogismo, "por tanto, el naufragio es común." Y así, de un modo sucinto al extremo, concluir que se está en presencia de una novela de amor cuyo desenlace implica asumir, desde ya, el título como destino irreversible.

Pero, ¿es esta exclusivamente una novela de amor? ¿Se trata sólo de una relación de pareja donde los desencuentros existenciales constituyen el hilo de una trama argumental conocida? ¿No será que tal historia, suponiendo que lo sea, es el vínculo aparente, el pretexto apenas, que nos engarza con una realidad metafísica, discretamente oculta, aciaga y dolorosa?

El personaje central, narrador en primera persona, se funde y con-funde con el novelista quien interactúa de modo permanente con aquél, haciendo de la narración un proceso en el que se incursiona, con más dudas que certezas, por el entramado oscuro y vago de un destino a cada instante huidizo. Ese destino, que se esmera en capturar, trae en este caso la presencia de una dualidad femenina que pareciera casual, que pareciera tener un correlato en la coexistencia de terceros personajes que insinúan la idea de una repetición -o reiteración- en tiempos y espacios distintos, y que sin embargo podrían estar ocurriendo perfectamente en la angustiosa desesperanza del protagonista.

Pero, a su pesar -o del nuestro- las historias que se entrelazan configurando esa puesta en escena de escenarios análogos, son precisamente, de una confluencia inquietante: aquél individuo solitario que pervive en la conciencia o inconciencia de su propio mundo llama en silencio y su mudo llamado se convierte en un clamor a dos voces: Alexandra surge en su vida con la equívoca certidumbre de estar cumpliendo y asumiendo un rito preestablecido.

Alexandra, poeta que se desliza como un hada subrepticia hacia el encuentro del personaje-novelista, da la impresión -o quiere dárnosla, al menos- de tener en sus manos -o en su mente o en su corazón o en sus medrosas pesadillas - el hilo conductor que hace del entramado "algo" posible de ser dilucidado. Pero, ella -Alexandra- se juzga también como un señuelo de sí misma. "Ella" es o representa, en cierta forma, una clave para ambos: la existencia humana nunca es lineal, plana, predecible. Y menos ha de serlo el mundo interior de quienes conllevan el peso de una sensibilidad extrema -personajes mutuos e imprescindibles- que los hace "mirarse" a los ojos luego de sucumbir ante un encuentro "programado" por esas fuerzas ignoradas que suelen manejar el feble o enfermizo transito de hombres y mujeres en busca de una verdad no tan precaria.

En ese "encuentro" los detalles, que hacen del todo un trayecto titubeante, van marcando el desarrollo de la historia: una mirada fugaz e intensa diez años antes pasa, en apariencia, inadvertida para el protagonista. Es la mirada de Alexandra que lo ha "sentenciado" a reconocerla -condena que la incluye de modo implícito.- En ese reconocimiento el detalle es la anterior novela del protagonista -rara y evocadora premonición: su título fue La Espera- a cuya presentación ella acude como un aviso. Luego, el encuentro físico, las vicisitudes de las vidas particulares, los terceros que "obstruyen" la relación y que coadyuvan a que los sentimientos y reflexiones del protagonista deambulen por un pasado que reaparece como una calcomanía, o mejor, como una invisible huella digital adherida a sus sentidos y que sacude a cada instante su conciencia. Él intuye que esa "otra" mujer que alguna vez amó en un pasado vigente en su memoria es un símil de Alexandra. O a la inversa: que Alexandra es el signo ineludible que cierra un círculo hasta allí inconcluso.

Pero, ¿desde dónde emerge Alexandra? ¿Es acaso la prolongación física solamente de una historia antes vivida? Y él, sujeto de sí como al borde un acantilado, ¿es el mismo individuo que aparece y reaparece en los sueños de aquella ordenándole "escribir" la historia que materialmente ambos deberán concluir? ¿Y qué es lo que han empezado si es que algo empezaron? ¿No será que en el ambiguo universo de los sueños, el espacio onírico de Alexandra es el auténtico y el que les ha tocado ahora descubrir sea una reproducción velada de lo ya resuelto en los arcanos designios de una cosmogonía, paradójicamente cierta e inaprensible?

No obstante, la relación hombre-mujer existe, está ahí, nos interpela, nos exige recorrer su sinuosidad como si asistiéramos a un drama que "está ocurriendo," que nos abre puertas, que nos cierra otras, que nos asfixia, que nos da pálidos esbozos de luminosidad, que nos advierte, en suma.

¿Qué es lo que nos advierte finalmente?

¿No habrá, quizás, en esta especial novela un espíritu traviesamente acongojado que deambula con nosotros por los resumidos espacios del novelista y del personaje?

En ese trayecto -¿Cuál? ¿El del conocimiento físico que hace de la relación interpersonal un acto de fusión? ¿El del re-conocimiento metafísico que hace de los tiempos y espacios una realidad multiforme y extrañamente única?- ambos personajes constituyen una extraña dualidad: son, probablemente, la íntima y oculta confluencia de un azar que desde lejos y para siempre ha venido atravesando la noche de los tiempos.

Qué importa si las pistas entregadas por el novelista sean equívocas. O mejor dicho, qué gratificante que tales señuelos sean apenas eso: errantes esbozos que su inconsciente se atreve a situar sobre la hoja en blanco para que podamos recuperar la sed vital, que nos hace permeables al sufrimiento, cercanos al dolor de existir, imprevisiblemente náufragos de nuestra miserable existencia cotidiana.

Algo hay más allá de las débiles formas físicas. Esas figuras endebles que circulan como fantasmas afiebrados de la mente del protagonista, sacan cuentas, suman y restan, yerran, se equivocan, aciertan de vez en cuando, pero en todo caso, nos dicen que somos -de alguna extraña forma- el sueño de nosotros mismos amparados en un triste madero existencial al que nos aferramos con desesperación tras la huella de "otros."

Algunos le llaman a esa sed vital, necesidad de amor.

Esa, tal vez, sea la única certeza que nos deja esta novela inolvidable, escrita con precisión y perturbadora profundidad.

Critica sobre "Todo en ti fue naufragio"

aparece en revista ecritores de chie por Juan Mihovilovic

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Escritores Chilenos Contemporaneos



Nuevo Diario
De Santiago del Estero

23 de Noviembre de 2003
Por Antonio Cruz

La tarde de Concepción, ciudad sureña de Chile, dobla su último recodo en busca de la noche. El sol, que ha brillado a pleno todo el día, se resiste a marcharse y el viento que sopla desde el Pacífico anticipa el frío de la noche. Es primavera, pero una primavera distinta a la que estamos acostumbrados los santiagueños. Aquí no hay chañares o tuscas florecidas ni áureas callozisas iluminando el paisaje con su agreste belleza, Tampoco calores agobiantes; la temperatura se acerca mas a aquellos días benévolos de nuestro invierno.

Sin embargo hay calidez en el ambiente. Al abrigo del bar (que me recuerda de manera nítida los bares de mi época de estudiante en Córdoba), entre las tazas de café y el humo de los cigarrillos, la charla se prolonga.

En compañía de Alejandra Carvajal, mujer delicada y fascinante, converso con los escritores Alejandra Ziebrecht y Jaime Riveros. El tema por supuesto es la palabra. O más precisamente la palabra escrita. Nada se deja de lado, Poesía, narrativa, novela, en fin… todo lo que tiene que ver con la literatura y, como es lógico imaginar, no está ausente el análisis de esta actividad que hemos abrazado con tanto entusiasmo.

Ziebrecht, poeta exquisita perteneciente a la nueva generación de escritores trasandinos y Riveros, novelista que mereciera críticas elogiosas en su país y en España, no pueden esconder la pasión por la escritura.

Las horas se escurren de manera rápida, hasta que llegamos al meollo de la cuestión…¿Por qué, en países que están tan cerca y que arrastran una identidad cultural parecida, los escritores de uno y otro lado son tan poco conocidos?.

Algún tiempo atrás, en ocasión de comentar para este suplemento la poesía de Elaine Pauvolid, poeta brasileña de renombre, llamaba la atención acerca de la poca difusión que tiene la literatura de países hermanos en nuestro medio.

Es cierto que la crisis económica que ha azotado a nuestro país en los últimos años impide muchas veces a los lectores santiagueños acceder a obras de literatos de tras latitudes. También es un aserto verdadero que generalmente el gran público, cuando puede acceder a libros, prefiere gastar su escaso dinero en aquellos poetas o escritores de renombre en desmedro de los menos conocidos (ocurre muy a menudo con los escritores locales que editan sus libros con gran esfuerzo y al final de cuentas, la mayoría de los ejemplares terminan por envejecer en manos de sus propios creadores sin que hayan podido venderse demasiado). Por ello no resulta extraña nuestra ignorancia acerca de la calidad y cantidad de obras producidas en otras latitudes.


A raíz del encuentro que describía en la primera parte de esta nota he tenido la oportunidad de leer, en las últimas semanas, la obra de los autores que mencioné al principio. He quedado gratamente sorprendido por la riqueza estética de lo que ha caído en mis manos.

Para ser más convincente podría decir por ejemplo que Alejandra Ziebrecht profesora, poeta, escritora, crítica, ha publicado a ambos lados de los andes y que ha recibido siempre críticas halagüeñas; también podría remarcar que ha obtenido numerosos premios literarios y que a realizado fecundas tareas relacionadas con su profesión (entre ellas el haber brindado asesoramiento en materia cultural al consulado Argentino en Concepción, haber fundado y dirigido varias publicaciones literarias, como por ejemplo “perromuerto”, y en haber colaborado en otras como “Pluma y Pincel”).


O si quisiera describir a Jaime Riveros, podría señalar que este abogado y escritor de andar pausado, sonrisa siempre a flor de labios y ademanes sosegados es el actual Presidente del Sindicato de escritores de Chile para la VIII Región.

Sin embargo prefiero hablar de la obra de ambos.

He leído dos libros de Ziebrecht: “Nochedumbre” y “El juego del Condenado”.


La poesía de Alejandra es fuerte, .profunda, intuitiva… hasta diría descarnada. Es esa poesía que mantiene el alma desvelada y el corazón en vilo mientras uno transita por sus versos.

Refiriéndose a “Nochdumbre” , el escritor argentino Julio Bepré , ha dicho que “La poesía de Alejandra es directa y dueña de una infrecuente y madura dramaticidad”.


No soy crítico literario… soy apenas un tipo que desde hace pocos años Ha descubierto el camino de la palabra escrita, pero como simple lector y sin desperdiciar un ápice de lo que dicen aquellos que saben más que yo, quiero referirme a las emociones que despierta la poesía de Ziebrecht. Mientras uno recorre cada poema y se adentra en ese mundo en que l realidad se ve desplazada por esa otra realidad, la del poeta, siente que, si hay alguien que puede poner un poco de luz en estos tiempos tan controvertidos, son precisamente aquellos capaces de refundar, a través de sus escritos, el reino de las emociones. La poesía de Ziebrecht es por momentos un estallido brevísimo de palabras y otros un transitar pausado y sereno hacia un final que siempre termina sorprendiendo. Por momentos expresa sus sentimientos con la vehemencia militante de aquel que tiene mucho y bueno para decir y lo dice con voz estentórea; un instante mas tarde deja fluir un verso con la tranquila mansedumbre del artesano.

En un país que carga a sus espaldas un rica tradición poética (no debemos olvidarnos de Gabriela Mistral, Jorge Teillier, Vicente Huidobro, Pablo de Roka y del mismísimo Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, quien en vida fuera conocido como Pablo Neruda), digo en un país con una historia gloriosa en el campo de las letras, la poesía de Ziebrecht esta llamada a ocupar un lugar relevante.


RIVEROS


Por su parte Riveros, autor de una novela que es una “joyita” (como decimos los santiagueños) llamada “La Espera (Adiós a todo eso)”, ha logrado con la misma el reconocimiento de la crítica especializada no solamente en su tierra sino también en círculos literarios de España.


J. Collyer, de los “Cuadernos Hispanoamericanos” de Madrid ha dicho de él, que es un narrador de primera línea Y Antonio Rojas Gómez, de “Las Ultimas noticias”, diario de vasta circulación en Chile, lo cataloga como uno de los narradores chilenos más importantes de los últimos años. A su vez, Ignacio Valente, del prestigioso e influyente periódico chileno El Mercurio se ha referido a la novela de Riveros en términos más que elogiosos.

Es cierto que muchos santiagueños no podrán acceder a estas obras. Ya lo dije en párrafos anteriores…

Para los santiagueños, la literatura es una mercancía de primera necesidad por nuestro acervo cultural pero de tan difícil acceso que termina transformada en algo casi inaccesible, pero me parece interesante hablar sobre lo que se escribe y se lee en otras latitudes

viernes, 11 de diciembre de 2009

La Espera

EL SUR, Concepción, jueves 12 de enero de 1989

La
narrativa penquista se ha hecho presente con un nuevo valor. Si en una ocasión anterior le dimos nuestros parabienes al profesor y novelista Andrés Gallardo, por sus Cátedras Paralelas y La Nueva Provincia, hoy debo expresar mi cordial adhesión al talentoso escritor y abogado Jaime Riveros Aedo. Ediciones Sur ratifica así otro logro en sus afanes editoriales, ahora en la Colección Narrativa.

Alentado tal vez por la hermosa presentación de la obra o quizás por las sugerencias del subtítulo, Adiós a todo eso, o quién sabe si por la íntima curiosidad de averiguar si de verdad hay arte narrativo en una región donde la poesía tiene buenos cultores o a lo mejor por todo eso junto, lo cierto es que leí las 168 paginas de esta novela, sin consideraciones de tiempo. cuando eso nos ocurre, es porque el libro es naturalmente bueno o muy bueno, como en este caso.

Apreciemos por qué. En primer lugar es fácil percibir en él, un carácter testimonial, que comienza por darle a su autor una condición protagónica, que lo transforma en testigo y analista de una época importante de nuestra historia. Algunos de sus méritos mayores son su capacidad para crear una sensación de suspenso; su facilidad para llegar comprensivamente al lector, sobre la base de un buen manejo del idioma y sobre todo la habilidad con que va colocando sus personajes en situaciones dramáticas.

Es evidente que aquí el narrador, funcionando como protagonista o como testigo, nos hace confidentes de sus ideas filosóficas, políticas o sociales, con absoluta claridad. ambientada, además la obra en dos ciudades de tan claras connotaciones políticas, como Santiago y Concepción, y comprometidos sus juveniles personajes con los diversos movimientos que generaban tal realidad, es obvio que hay una dinámica que hace ágil y atractivo su argumento. Por otra parte, este mismo argumento, con tan generosas motivaciones urbanas, no es ajeno ni a los sentimientos románticos ni a las consideraciones eróticas, con que muchas veces se enredan y comprometen las relaciones amorosas de los jóvenes protagonistas.

Quienes sobrellevan esta instancia son, por orden de aparición, Claudia, Ema y Nina, siendo esta última no sólo la de mayor presencia emotiva y sentimental, sino la de mayor capacidad revolucionaria e intelectual.

En resumen, La Espera es, sobra la base de todas estas estimaciones, una novela con capacidad de proyección, muestra digna y relevante de un momento histórico, que está culminando. Eso, al menos, esperamos, tal vez con el mismo optimismo que indica el editor en sus palabras de contraportada:

"Se dibuja así un mundo apunto de desvanecerse, en un convulsionado escenario político que, inevitablemente, mueve sus piezas para desembocar en el golpe militar de 1973. Viene entonces la ida del tre... y, en este otro tiempo, la hora de la espera también ha culminado. Es Sábado. El subtítulo, Adiós a todo eso, en definitiva, invita al lector a buscar sus propias respuestas".

Anhelamos que este primer éxito del joven abogado, nacido en Punta Arenas hace 43 años y radicado hoy en Concepción, prosiga con nuevas realizaciones, en beneficio de un genero que necesita la acción y el impulso de sus mejores cultores.

Una Novela de Jaime Riveros rescata lugares olvidados de Concepción

Diario La Epoca 21 de diciembre de 1988


Después del golpe de estado de 1973, Jaime Riveros era un abogado recién recibido que en Punta Arenas debió hacerse cargo de los consejos de guerra.

Y como estaba agobiado con el trabajo, se tomó un par de días para irse a Argentina con una mochila a cuestas.

Llegó a Buenos Aires, se consiguió el teléfono de Ernesto Sábato, porque lo admiraba mucho, y lo llamó. Se encontraron en un bar, conversaron largo rato y él se prometió nunca más volver a comunicarse con el escritor Argentino hasta que no tuviera algo publicado.

Ahora, quince años después, le acaba de mandar La Espera, su primera novela, publicada por Ediciones Sur de Concepción.

El libro rescata muchos lugares de esa ciudad -el café Dom, el Nuria, el Castillo, la misma estación- que nunca habían sido tomados en cuenta por la literatura.

Es que allí desarrolla su profesión de abogado Jaime Riveros, y escribe en sus ratos libres, "en forma muy indisciplinada. Tengo muchos cuentos, y el material de La Espera lo tenía en miles de papeles. Decidí que durante quince días me iba a ir de la casa a un lugar donde cerré las cortinas y tuve mi propio tiempo para escribir. Con tijeras y scotch, puse orden a la narración, que resultó fluida y fácil de leer"

La historia parte en 1984, cuando un periodista cesante y marginal que espera a una mujer en la estación de trenes de Concepción, recuerda su pasado en el Pedagógico.

Revisa lo que pasaba entonces con la mirada de 1984, cuando todo el mundo esperaba que algo ocurriera y que retornara la democracia.

-Es una novela política y la escribí para que no volvieran a cometerse los mismos errores de antes-, dice

martes, 8 de diciembre de 2009

Nuevos Novelistas del Pais


Por Ignacio Valente

Diario El Mercurio

LA ESPERA

Jaime Riveros, Ediciones Sur, Concepción

1988, 172 paginas


Dos nuevos autores se incorporan a nuestra narrativa. Jaime Riveros (1946) escribe su novela primeriza La Espera a la manera de una morosa confesión. En el Chile de hoy un hombre solitario, una suerte de evadido del genero humano, un verdadero misántropo, recuerda en su cuchitril sus años pasados, mientras espera una hipotética mujer a la que ha lanzado el ultimo grito de socorro.


La espera dura tres días, y durante ese intervalo asistimos al flashback de los años que se fueron: años de estudio y militancia en el antiguo Pedagógico de Macul durante los revueltos días de la Unidad Popular: una atmósfera de euforia social no compartida por el protagonista: cambiar el mundo parecía a todos alrededor una empresa al alcance de la mano, si bien no a nuestro hombre, que descree de todas las causas. El clima es también sensiblemente erótico, y el solitario rememora -siempre en primera persona- su frustrado romance con Nina, una joven revolucionaria de la época. El ambiente estudiantil da comienzos a la década del 70 está trazado con rasgos vivos y frescos, y con una nostalgia que aflora a pesar de la buscada indiferencia afectiva del narrador. Las pasión por Nina comparte el mismo carácter directo y rejuvenecedor, si bien el punto de vista del relato es la sórdida tristeza del presente.


La soledad del narrador es tan hermética, y su decadencia humana tan sensible que recuerda al personaje de Dostoyevski en Apuntes del Subsuelo, como este último, nuestro protagonista y relator abomina de todos y de todo, está solo contra el resto del mundo, y afecta tratar mal tratar mal al propio lector, afirmando una y otra vez que no explicará tal cosa, que no contará tal otra, que escribirá solo lo que le venga en gana y cuanto le venga... Este carácter atrabiliario es, por supuesto, parte integrante de la ficción y funciona bien: contribuye a reforzar la energía de los recuerdos, casi siempre tétricos o escépticos, con la excepción de aquel dominio tan hermoso como trágico del pasado, que es su fallido amor por Nina. Esta es todo un personaje: el relato se ilumina y afiebra en cuanto aparece ella. La novela contiene también unja mirada oblicua y desencantada sobre el presente nacional, que parece invitar al escepticismo misantrópico, si bien las alusiones son mínimas: es cosa de atmósferas. El tono dominante -y el más logrado- se refiere al instinto de autodestrucción que domina al protagonista y narrador: todo un emulo de Dostoyevski.


Encontrar a Jaime Riveros en Concepción, donde vive, fue tarea ardua. Una vez que logramos comunicarnos con él nos habló de su novela, La Espera, y nos explicó que este libro era para él "como un bichito mío que anda caminando". Riveros 42 años, casado, tres niñas, tiene solo hijas mujeres. "Me faltaba un hijo y este libro es ese hijo y debe aprender a enfrentar el mundo", explicó. El escritor es abogado, y se dedica a su profesión además de escribir, "pero me gustaría entregar mi tiempo exclusivamente a la escritura, ya que eso me daría más tranquilidad para madurar lo que me interesa"


Reconoce que su libro muestra el lado amargo, las dificultades, los tropiezos que impiden el amor y la comunicación, que en el protagonista hay una esperanza muy leve, pero afirma que su esperanza en lo personal es mayor. "En La Espera hay dos esperas fundamentales: la perspectiva existencial de todo ser humando que tiene la esperanza de algo futuro que lo aleja de una situación pasada, y la espera en cuanto a un momento social, político y histórico que vive nuestro país. En este sentido creo que hay que hacer un esfuerzo por escuchar a la juventud que es la vertiente nueva", dice Riveros. El escritor se reconoce apacible, hermético, ensimismado, a diferencia del protagonista del libro, que es un personaje rabioso y rebelde, "en cuyo extremo se puede entrever la perspectiva de luces y claridades" su propia realidad.